Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

martes, 4 de diciembre de 2012

Un día cualquiera*

Me levanté, como cada día, cuando las seis y media llegaban a la mañana, aún tímidamente oscura, tras una de esas noches en las que el viento es severo con el mundo y escupe todo lo que mantiene por largo tiempo callado. En mi cabeza aún golpeaban los restos de aquella pareja de vinos que la noche anterior había bebido para hacer menos amarga una despedida, para pintarla de risas rojas y miradas cálidas en ese momento en el que sólo quedaba decir adiós con lágrimas en los ojos, sin saber qué hacer con ese sinfín de momentos que ahora quedaban flotando, cojos, mudos, inertes.
Y, con menos ganas que nunca, debía ir a trabajar. El frío era más fuerte y pesaban todas esas horas que partían mi media de sueño por la mitad; y es así que caminaba sobre seguro cuando andaba pensando que cinco horas de sueño no tenían nada que ver con esas diez que mi cuerpo necesitaba como mínimo, minimísimo, para descansar, mientras sin mirar, miraba fija y lentamente el café diluirse.
Ver amanecer cada mañana con mi café en la mano era algo que realmente me hacía feliz. Hasta ese momento en la mañana, ninguna otra cosa era capaz de despertar mis ganas de hacer algo con el mundo, las que perfectamente yacían en mi cama, aún después de levantarme. Pero cada día sonreía en el mismo instante, cuando veía como la noche se dilataba, aclarándose entre todos esos puntos azules que colorean el cielo.
Pero esta mañana estaba destinada a ser diferente.
Camino a coger el autobús descubrí cómo esas montañas que sólo aquí pueden verse tras el mar, esas montañas coraza, estaban cubiertas de nieve en su punto más álgido, convirtiendo así el paisaje en el más bonito contraste entre el mar y sus olas salvajes, más turquesas que nunca bajo la impetuosa quietud del hielo blanco. Tan bonita forma de comenzar la mañana...



Mi trabajo, que últimamente, se tornaba monótono, resultó también diferente. Como siempre, asistí a las casas de esas personas mayores a las que ayudaba pero hoy, fuimos a una casa donde no había estado nunca antes. Una casa que, sin saberlo, ya desde fuera prometía ser una construcción tan bella como alegre. Pero fue al entrar y encontrarles cuando lo vi.
Una pareja de personas mayores sentada en el sofá: ella, quizás buscando el horizonte con la mirada apuntando a una pared, casi sin hablar pero diciendo todo. Y él, de ojos alegres y  hermosa sonrisa, le tenía tomada la mano con fuerza. Ella, dando sus primeros pasos en el túnel del alzheimer y él, como luchando por los dos contra el olvido, contándonos todo sobre su esposa, una artista de pequeñas cosas, con una expresión entusiasta en la cara que no podría explicar ni apilando un torrente de palabras en el intento de lograr su intensa descripción. Y fue ahí, fue ahí cuando vi el amor. Un amor tan grande, quizás un amor de roca, construido de pequeñas partes de esas montañas coraza y con la intensidad del oleaje turquesa que hoy nacía bajo la nieve, pero forjado tanto tiempo atrás...
Un amor que había luchado contra el tiempo y hoy, luchaba contra el olvido que comenzaba a instalarse en los ojos de ella.
Un amor que, lejos de tener un triste final, había tenido una vida plena y que hoy, también a mi me había hecho feliz.


Readyourbook*


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