Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

miércoles, 16 de diciembre de 2015


Vivía con la sensación de cómo iban marchitándose las primaveras, buscando un sentido, pero no encontraba sino a los cinco restantes cubriéndose de hielo y desilusión.
Con una tormenta constante en mi interior que, a veces me dejaba en paz y otras los restos de las cenizas de aquellos rayos que emulaban señales de humo y que, finalmente, morían dentro de mi.
Esta sensación era totalmente nueva pero esta vez, lejos de portar todo lo exótico de lo que llega sin avisar y te despeina de emoción, sólo me hacía querer barrerlo todo y borrarlo cuanto antes de las losas de mi estómago.

¿Quién me iba a enseñar a ser guerrera del miedo?
Nadie, sólo yo.

Me estaba convirtiendo en autodidacta en la cumbre de la valentía, a marchas forzadas y también estaba descubriendo cómo reinventarme cada día ante tanta oscuridad; aunque dolía fuerte en la falla de ese nuevo territorio que se me estaba formando en el alma, olía a hierro del que no se funde.
Sin darme cuenta maté primaveras para plantar un ciprés que crecía a pasos de gigante y que tenía el corazón de un roble. Las lágrimas sólo lo regaban de fuerza y, lejos de la debilidad que me abrazaba los ojos, la fuerza me abrumaba de una manera que me asustaba.
Comprender en este caso, era para los necios, hablamos de una fuerza que se comía de un bocado las desesperanzas con las que amanecía cada mañana y me proporcionaba un momento de gloria en donde me sentía un Ave Fénix. Quizás duraba sólo unos minutos, pero me hacía recobrar la perspectiva y, verdaderamente, me transformaba en mi propia inspiración.

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