Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

martes, 18 de junio de 2013

Una historia*

Hace unos días, de casualidad, escuché a mi madre decir algo sobre "el verano del 72". Estábamos en casa, ella hablaba con otra persona, y lo único que me llegó de esa conversación fue ese pequeño retazo. Mientras yo continuaba haciendo mis cosas, mi mente voló hasta ese verano que, curiosamente no viví, pero que empecé a coser con los pequeños retales que tenía guardados de las historias que tanto me ha gustado siempre escuchar sobre aquella época.
En "el verano del 72" mi madre iba camino a cumplir la veintena de otoños, casi a finales de Septiembre, exactamente tres días antes. Ella era la más guapa del pueblo, o eso he escuchado siempre decir a diferentes personas, en conversaciones distinitas, incluso de aquellas que no conozco. Como cuando el pasado verano, en el pueblo, me encontraba en la puerta de la casa de mis abuelos cuando se acercó a mi una señora mayor que, interrumpiendo su paseo y aún sin conocerme, me sentenció: -tú tienes que ser una de sus hijas, porque te pareces muchísimo, pero ella aún era mucho más guapa, era la guapa del pueblo-.
El del 72 sería alrededor del tercer o el cuarto verano que ya compartía con mi padre, para mí y sin lugar a dudas, el hombre más guapo de la tierra y el único capaz de guardar en su piel todos los atardeceres del mundo. Incluso los que están sucediendo en este mismo momento. Su piel era muy morena como sus ojos, casi negros, esos que supieron ir más allá y colarse dentro de quién era mi madre, para no abandonarla nunca.
Se conocieron cuando ella rondaba los dieciséis y él los diecinueve. En plena juventud y cuándo todo estaba marcado por unos límites que se convertían en fronteras inquebrantables, entonces vinieron a enamorarse, sin límite de caducidad.
Fueron importantes las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse porque en aquellos años, camino a la Transición, la libertad de elección en cualquiera de sus matices, grandes o pequeños, era todavía algo lejano y prácticamente utópico.
Aunque fue una época difícil, para mi tiene una parte idílica, romántica. Soy totalmente consciente de que no es justo, ni tampoco del todo real esta opinión mía, pero si bien es cierto que en lo que al amor se refiere, esas pequeñas dificultades, lo hacían muy bonito y fuerte a la vez.
Mis padres finalmente se casaron y se amaron muchísimo y aunque suene a tópico, en este caso es totalmente cierto. A mi me gusta especialmente esta historia, supongo como a todos los hijos e hijas de cada familia les gusta la de sus padres, pero en mi caso y al no ser espectadora directa de este amor tan lindo, sólo durante un tiempo efímero, quería, de algún modo, rendirle un homenaje a esta historia, o a esta pequeña parte de la historia.
Sé que, quizás, no es la historia más especial o diferente que se pueda contar, pero para mi es la más especial del mundo y he sido tantas veces oyente, casi lectora y casi espectadora, que, de algún modo, merecía quedarse plasmada en algún lugar.
Ella era y es, bella y no sólo por fuera, sino mucho más por dentro. Generosa, humilde, trabajadora, dicharachera, luchadora, con carácter y enamoradísima del que fue y será el hombre de su vida.
Él era inteligente, paciente, amable, bondadoso y una de las mejores personas que estuvo aquí, enamoradísimo de la que fue la mujer de su vida.
Él se fue demasiado pronto, pero nunca demasiado tarde para dejarnos su huella a todas las personas que tuvimos la gran suerte de tenerlo en nuestra vida y las que siempre sentimos como camina a nuestro lado a pesar de todo.
Pero yo no quería hacer de ésta una historia triste, ésta es la historia más bonita que conozco. Ni libros, ni películas. De aquí, de este amor real, interrumpido hace ya casi veinte años, pero nunca terminado, de aquí queda mi madre que, dejó atrás el verano del 72, para entregarse a cada otoño, invierno, primavera y verano, dónde siempre lo tiene a él dentro de ella y le regala lo más bonito de cada estación, de cada día.
Y estamos nosotras, mi hermana y yo. Orgullosas y felices de que de esa historia, también naciésemos nosotras, de tener las mejores raíces del mundo que son nuestro padre y nuestra madre y todo lo que se quisieron y se quieren.
Porque aunque él no está, está siempre dentro de nosotras, las tres mujeres de su vida.