Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

domingo, 18 de octubre de 2015

Mi viaje a través del miedo.



No sé si alguna vez habéis sentido la parálisis del miedo.
He recordado sentir miedo, no sólo desde que tengo uso de razón, sino creo que, más bien, por no saberla usar o, en su defecto, por querer usarla demasiado. Contradicciones que van guiando mi vida, eso es.
La nostalgia de un Domingo de Octubre me ha llevado a visitar lugares y personas a través de fotografías, de recuerdos que, una vez más, sólo hacen que me hunda más profunda en las raíces de la melancolía que bombea mi vida. Y ha aparecido esta foto. Quien me la hizo no sabía que estaba haciendo algo tan bello como fotografiarme acariciando el miedo. Ha sido verla de nuevo y me ha golpeado profundo el alma incintandome a escribir. Y aquí estoy, transcribiendo todo lo que me dice.
Recuerdo aquel día porque, además de ser parte de un pasado muy cercano, creo que su recuerdo esta hecho de una materia irrompible. Creo que lo voy a tener conmigo por mucho tiempo y siempre me provocará una sensación efímera de miedo, a la que le seguirá un enamoramiento del momento.
Aquel día perdí el control respecto a mis sentimientos y, esa razón de la que hablo al principio, bajó más rápida, mientras yo viajaba metros abajo en un ascensor horrible, mi razón se había suicidado antes de que el segundo uno llegase a caducar en el reloj.
Yo ya sabía que no era valiente pero, después de todo ello, fue la primera vez que pude verme el alma por dentro y, como sospechaba, es de cristal. Mi capacidad para encontrar la belleza por encima de todo me hizo sentir como acariciar las paredes de sal de aquella cueva, me llevaba a acariciarme las paredes de cristal del alma. Y fue entonces cuando pude sentir de lleno la paz.
En mi cabeza recuperaba la razón y, valga la redundancia, mi razón de estar allí, era resucitarla.
Ella había sido más rápida que yo y había decidido precipitarse mientras yo bajaba, muy lenta, a través de aquel ascensor pero yo lloraba porque me había olvidado de sus alas.
Pasearme por todos aquellos laberintos bajo tierra mereció la pena, comprobar que la sal de mis lágrimas era la misma que la que emergía de aquellas paredes que parecían mudas pero que, en realidad, no paraban de hablar, fue todo un alivio.
Sí, aquel día y a través del miedo, pude verme perfectamente por dentro: tengo nueve plantas y hace un frío que eriza la piel, lloro tanto porque soy una fábrica de sal, estoy llena de escaleras y mis sueños caen al fondo de mi con la misma facilidad que caen las monedas que transportan deseos a los pequeños mares que aparecen en plena oscuridad.
Soy como una mina de sal.
Después de todo, mereció la pena paralizarme, el miedo de verte por dentro la primera vez es algo inexplicable porque te abandona la razón, pero los recovecos internos que tenemos, pese a ser terriblemente oscuros, merecen la pena ser explorados.