Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sobreviviendo entre lo oxidado.



A veces resultaba extraordinaria la supervivencia con este corazón de cristal.
Esa forma de no juzgar en el primer parpadeo, de no pensar lo peor. Esa manera de ver los problemas lejos, de no encontrarlos, de no parecer necesarios.
Resultaba inquietante como algunas personas tenían un filtro de inercia. Cómo eran capaces de ver sin mirar y encontrar todo tan negro. Como la desconfianza funcionaba a la perfección como moneda de cambio.
Y yo, yo no lograba entender...
No aguantaba esas rocambolescas risas, plagadas de mentira y esas irónicas alusiones a ceder, sin miedo, una oportunidad de conocer. Mientras tanto, otras personas se dejaban caer en lo fácil de tacharlo de inocencia o ilusión. Yo no podía ir con cautela. No podía bajar el telón y sentir como un robot. Nada hasta este momento me había puesto frente a esa determinación.
Toda esa neblina sembraba dudas en lo incierto de las personas y yo no estaba dispuesta a ser una más, a anular mi naturalidad, mis raíces de creer, de confiar. Por eso, a veces, los días se tornaban duros como el cemento que tapia huellas y nace de esas miradas amargas.
Parecían, pues, éstos, caer en picado entre los rastrojos de egoísmo que, más allá de conducir al sinsentido, podían palparse usurpando corazones, aparentemente heridos porque aquellas personas, desmemoriadas del vivir, forraban todas las calles de un hielo profundo, pasmoso.

¿A qué hora debía, entonces, dejar de creer si, para ello, suponía dejar de crecer?

Mi problema era que yo pecaba de no querer sobrevivir, yo sólo quería vivir. Como soy.
Por eso, a veces esa inocencia, ese idealismo, esa ilusión me llevaba lejos de la inteligencia muerta que nace de la infelicidad pero, lo que no sabían es que yo era tan feliz que no me asustaba llorar.




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