viernes, 26 de julio de 2013
Paseandole al tiempo.
Recuerdo estar viviendo entre recitales de poesía.
Ir zanjando mis pasos del color de cada sueño y despertarme con cada realidad afilada al mismo tiempo. Supe llevar ambas cosas, como una balanza volcada de una brújula a la que solamente le soplaba el viento de la vida, tan diferente y en ocasiones tan igual.
Me cegué de sonrisas que fui cultivando en cada esquina, porque siempre encontré un motivo, por recóndito que estuviese, para echarle una carcajada de cariño a la vida. También me afligí como nadie por noches en las que la luna latía más pequeña y me parecía tiritar a oscuras el mundo.
Lo cierto es que llegué a coleccionar las espinas de todos los peces que me parecían morir en mi mar cada vez que desataba un oleaje y los sentimientos no me llevaban a buen puerto.
Me equivoqué como nadie y cada error es hoy una escalera erguida que levanta fuerte mi columna vertebral.
Fui sembrando un tiempo amarillo dónde a la esperanza la regaba el sol y al mismo tiempo me llovían miedos de hierro, pero así es como era mi tiempo.
Y fui creciendo hasta hoy, cuando parece que la vida no acaba, si no que a pesar de lo fácil y lo complicado, de lo aprendido y desaprendido, del tiempo dulce y del amargo, tengo unas ganas locas de ver qué pasará mañana, qué inventaré para hacerlo más bonito o que querré olvidar para que duela menos...
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