Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Des-amor.


Hoy llego a casa con el corazón hecho trizas.
Estoy viviendo el desamor más impactante que he vivido hasta el momento; estoy en desamor con la sociedad.
Subir la calle que me lleva a casa ha sido desolador, la niebla no ha sido casualidad, me ha calado los huesos de una tristeza inexplicable, he sentido como si a cuestas cargase toneladas; toneladas de no amor, toneladas de odio, de miedo, del miedo a querernos, de ver que la empatía muere bajo un sinfín de preocupaciones absurdas, de que sólo seamos capaces de ver lo que está en la superficie y ello nos convierta precisamente en eso, en una sociedad superficial que no entiende de corazones porque están demasiado adentro y eso es demasiado lejos. Olvidamos que ellos marcan la hora de nuestros días, que son nuestro máximo en común, donde lo demás pierde sentido y en esa escalera nadie está por encima de nadie.
Ha sido un jarro de agua fría ser consciente de que nos falta la valentía de perdernos el miedo, que nuestro mecanismo de defensa es juzgar y nos inventamos excusas para no mirarnos fijamente a los sueños, para ir a la profundidad de quién es la otra persona, para no intentar conocernos.
Si me invade la tristeza es porque yo no juzgo esto desde fuera, yo estoy dentro de esta sociedad que no ama, de esta historia que se desarrolla en el más profundo epicentro de sin sentidos para distraernos diariamente de quiénes somos realmente.
Somos personas y como tal siento la necesidad de ser humana, pero me duele ver que me harían falta dos vidas más para poder aprender y mejorar hasta lograrlo, para poder sacar mi yo más salvaje que está a kilómetros de mi piel, para que ésta no sea una barrera y nos dejemos acariciar de vida. Sé que el mundo está lleno de miseria, pero mi parte de responsabilidad no quiero destinarla a contribuir a ello. Este desamor me está matando, porque me siento igual de responsable que quién no lo ve, quizás porque aún no me he atrevido a dar un gran salto y ello me provoca una tristeza fría.
Siento que mis pequeños pasos para el cambio son como un eco en algún lugar del mundo que sólo riega la tierra y yo lo que quiero es hacer crecer al mundo, quiero enseñarle que existe la posibilidad de coexistir, que cabe una reconciliación si me promete que seremos capaces de mirarnos a los ojos y sentir.

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